<div id=»img_marco»><img src=»/gtd/images/gears.jpg» alt=»La empresa que aún está por venir» /><br /></div>Las factorías del siglo pasado eran relojes suizos. Tenían un inicio de jornada, los empleados llegaban a una hora determinada en tropel y un silbato a la salida les anunciaba la finalización de su turno, de nuevo en rebaño abandonaban su puesto y se apagaban las máquinas en el mejor de los casos y la producción se detenía hasta el siguiente día. Ciclos de ruido y silencio, a veces rotos por el exceso de pendientes.
Estas factorías no distan mucho de los modelos actuales de trabajo. Modelos que aunque han cambiado en contenido, continúan ejerciendo un férreo látigo de costumbres y protocolos, con disciplina militar simulada, haciendo fuertes las bases de su creación, mientras estas continúan tambaleándose a medida que el conocimiento del individuo se va expandiendo.
El puesto de trabajo no sólo se ha convertido en el lugar de creación, sino en la obligación de estar ahí presente aparentando, casos ridículos de dejar pasar el tiempo sin nada que hacer o procrastinando sin vergüenza hasta la finalización del tiempo consensuado. La culpa no es del empleado ni del empleador, sino de la relación que han establecido entre ellos.
Una relación que continua basándose en la falsa confianza de utilización mutua para el provecho propio, visto desde fuera es una batalla continua entre necesidades opuestas que convergen en tareas impuestas y pocas veces satisfactorias. Un bucle infinito que no hay forma de romper, cada uno ejerce su papel, como antaño lo hicieron sus predecesores y así, hasta el principio de una esclavitud que poco a poco se ha ido liberando de cadenas. La confianza en la empresa está continuamente envenenada. Ahora en la dura temporada de crisis que estamos viviendo, estos esquemas son mucho más visibles.
Es tiempo de romper con estos valores, es tiempo innovar desde dentro y fortalecer no sólo a la empresa, sino al trabajador. Debe existir un cambio en esta opresión, ya no funcionan los mismos valores, todos conocemos y detectamos las mismas estrategias y los mismos patrones, es momento de hacer realmente lo que sabemos hacer.
La confianza se basa en la transparencia, en la integridad de las personas, en la fortaleza de esos lazos. Sólo cuando el individuo se siente completo es capaz de dar lo mejor de sí, sólo cuando la empresa es capaz de sentir al trabajador como un ente afín y no como una ficha para dominar es cuando la relación se fortalece y por ende, la productividad de ambos se dispara.
Construir la nueva base desde dentro, adaptando a cada persona sus necesidades y su aportación al flujo de trabajo, sin obligación, con la ética de desarrollar su trabajo en plena normalidad, con la confianza de que la persona lo está haciendo lo mejor posible, de que sus compañeros están recibiendo lo mejor de él y de que la empresa le está dando todo lo que necesita. Es el individuo que debe dictar las normas de su trabajo, es la única forma que sea su propia naturaleza la que predomine en el buen hacer. Sólo así se crearán los nuevos hábitos en el individuo para la empresa que aún está por venir.