Aunque pueda parecer trivial, diferenciar entre una acción y una entrada que debe ir apuntado en la agenda es algo que a muchos usuarios le cuesta horrores. Principalmente porque nunca han utilizado una agenda y la encuentran como un objeto inútil dentro de su cotidianidad. Tener que disponer de dos centros de información puede ser considerado repetitivo, pero en la práctica son herramientas complementarias que deben conocerse y utilizarse para fines distintos.
Partimos del principio que todo son acciones por hacer. La globalidad se centra en la finalidad de hacer y con ello conseguimos engordar las listas de acciones siguientes. Tener una lista de acciones implica un estricto control y sobretodo un camino a seguir, aunque muchas veces queda truncado por un erróneo procesamiento y organización. Si no podemos distinguir entre acciones y agenda, convertiremos nuestra lista en otra bandeja de entrada.
La filosofía de una agenda es tener una cuadrícula distribuida en ejes horarios por ejes diarios, nada más allá de una plantilla donde hacer coincidir el espacio y el tiempo de nuestras interacciones. Esa plantilla debe ser la biblia de nuestro tiempo, pero sin convertirse en un elemento de esclavitud, manteniendo el equilibrio entre las interacciones que quiero hacer y aquellas que estoy negociando conmigo mismo. Todo aquello que coincida entre esas dos unidades temporales, debe ir anotado en la agenda.
Esta sencilla definición siempre acaba por crear excesos y en la mayoría de veces, nuestra inercia nos lleva a llenar la agenda de todas esas interacciones que queremos hacer, pero que en realidad son cosas que debemos hacer. Llenar una agenda sólo conseguirá engañar la realidad, crearnos una falsa imagen de productividad y al mismo tiempo un estrés al no disponer de tiempo (permitirme esta licencia literaria). Por el contrario, tener una agenda vacía nos crea una sensación de baja productividad pero con el mismo o mayor estrés, ya que nos hace dudar de nuestro sistema de productividad.
El tamaño de las entradas de la agenda debe ser el más fiel y real, ubicando exclusivamente lo citado con anterioridad, aquellos eventos que coincidan con las horas y con los días (como ejemplo de unidades temporales más pequeñas). El resto de cosas que no encajen son claramente acciones y van directas a las listas de acciones siguientes, aunque lo más seguro, si nuestra decisión inicial era apuntarlas en la agenda, es que acaben en la lista de proyectos.
Al contrario de la agenda, las acciones son proyecciones del hacer que no tienen unidad de medida, salvo el contexto en el cual deben realizarse. Una acción es apilable en una lista ya que su orden carece de importancia porque su ejecución no está sujeta a valores medibles, sino a un razonamiento mucho más subjetivo: tiempo, energía, prioridad.
Las únicas acciones que podemos apuntar en la agenda, son aquellas que etiquetamos como recordatorios, con la única finalidad de evocarnos algo que debe estar en nuestras listas o en nuestro archivo, sin que con ellos nos bloque el espacio, sólo la atención.
Así las acciones carecen de unidades temporales y sólo viven agrupadas en los contextos, para realizarse en los espacios naturales de nuestro horario, sin que esa realización se convierta en una obligación y por consiguiente en la negación de otra acción. Mientras que la agenda es ese espacio temporal ineludible que tiene su existencia finita en esa cuadrícula y carece de sentido en cualquier otra franja.